miércoles, 12 de noviembre de 2014

























COMO NO HAY NADA MÁS HUMANO QUE SENTARSE A HABLAR



Como esa mujer que lava con maestría la ropa querría ser,
con el lavar en la punta de los dedos de las manos.

Como un matiz perdurable centro del perfume,
como extensión ser programa querría.

Como arancel como gravamen como garrote
quieren ajusticiar lo diferente.

Como no hay nada más humano que sentarse a hablar,
procuro mi elocuencia refrenar y hablo más bien poco.

Y mi voluntad es callar del todo en poco tiempo:
ir buscando un traspaso generacional,

gestionar las finanzas y delegar en alguien
para ir tomando decisiones día a día.

Como es natural llega el momento de retirarse,
como pasa con la nube, siempre pasa.

Y reivindico el derecho a despedirme
con un adiós o con un hasta luego.

Pasto de la desmemoria generalizada,
una voz ya no garantiza nada.

El sol se está poniendo.
El sol se vuelve brasa, y se esconde.

La mirada vaga perdida por el horizonte.
La luna menguante no se manifiesta.

Tienes toda la noche para estar en vela,
mas tu vigilia no me obliga a mí, ten esto en cuenta.

Si el final de la noche no llegara
—y por qué no iba a hacerlo—, yo me despertaré de todos modos.

Si veo noche cerrada me acomodo;
me desperezo si despunta el alba.

No hay como sueño dulce y despertar dulce,
conforme han sido deseados.

Y ya llevamos una noche de ventaja a los (presuntos) hechos,
en lo que convengo es más que suficiente.

Estrépito habrá si no amanece pronto,
¿o habrá que recordar al sol sus obligaciones?

De escribano y poeta:
dejemos la cima a ciertos intervalos.

Y en compartiendo el producto
no hay más adiciones que hacer.

Que aquí acaba mi tarea y deber:

la flecha del poema está lanzada.



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